La Eucaristía y las Madres de la Cruz
Padre Jordi Rivero
Así como el Señor constituyó a su Madre María como nuestra madre en la Cruz, las Madres de la Cruz se convierten en madres de sacerdotes siendo víctimas de amor unidas a Cristo, la Víctima, en el Calvario. Nuestro Camino sencillo de unión con Dios es, al mismo tiempo, el camino de su vocación de ser madres espirituales para sacerdotes. Ninguna mujer debe atreverse a abrazar la maternidad espiritual para los sacerdotes fuera del contexto de una vida unida a María en la Cruz.
La Cruz solo puede ser una realidad para nosotros hoy si somos adoradores de Cristo Eucarístico. Todas las Madres de la Cruz hacen lo posible para adorar la Eucaristía diariamente. Para algunas no es posible acudir físicamente, pero El Señor, viendo su deseo de hacerlo, estará espiritualmente presente para ellas.
San Pedro Julián Eymard captura bien la vocación de María en la Cruz y la Eucaristía. Piensa en cómo aplica a las Madres de la Cruz:
A partir del Calvario, todos los hombres eran sus hijos. Los amaba con la ternura de una Madre y anhelaba su supremo bien como si fuere el suyo; por lo tanto, le consumía el deseo de dar a conocer a Jesús en el Santísimo Sacramento para inflamar todos los corazones con Su amor, para verlos enlazados a Su servicio amoroso. Para obtener este favor, María pasó su tiempo al pie del Santísimo Sacramento en oración y penitencia —por la salvación del mundo. En su celo ilimitado, ella abrazó las necesidades de los fieles de todas partes, de todos los tiempos venideros, que heredarían la Sagrada Eucaristía y serían Sus adoradores... Sus oraciones convirtieron a incontables almas, y como toda conversión es el fruto de la oración y como la oración de María no puede ser rechazada, los apóstoles tuvieron en esta Madre de la Misericordia su ayudante más poderoso. "¡Bendito sea aquel por quien María ora!
Los adoradores de la Eucaristía comparten la vida de María y su misión de oración al pie del Santísimo Sacramento. Es la más bella de todas las misiones y no conlleva peligros. Es la más santa, porque en ella se practican todas las virtudes. Es, además, la más necesaria para la Iglesia, que tiene aún más necesidad de almas orantes que de poderosos predicadores, de hombres de penitencia que de hombres con elocuencia. Hoy más que nunca necesitamos hombres (y mujeres) que, por su auto-inmolación, desarman la ira de Dios inflamada por los crímenes cada vez más numerosos de las naciones. Debemos tener almas que por su importunidad reabren los tesoros de la gracia cerrados por la indiferencia de la multitud. Debemos tener verdaderos adoradores, es decir, hombres de fervor y de sacrificio. Cuando haya muchas de esas almas alrededor de su Jefe Divino, Dios será glorificado, Jesús será amado y la sociedad se volverá cristiana, conquistada para Jesucristo por el apostolado de la oración eucarística.