Mi Fiat a María, por las Madres de la Cruz
Por María Hickein, adaptado del libro Rosas y Espinas de la Beata Conchita Cabrera.
¡Oh, Madre Santísima! Me dices que recibiste el preludio de los sacramentos en la Encarnación, porque la Eucaristía es una extensión de la Encarnación. La Encarnación fue la primera Eucaristía, la primera Comunión del mundo con Dios. Tú la recibiste, Madre, para dármela. Tu carne y tu sangre se hicieron uno con el Verbo divino, y cuando me lo diste por medio de ese Sacramento, tu sustancia y Su sustancia se hicieron una con la mía.
¡Madre! ¡Madre! ¡Madre! ¡Tu nombre tiene un nuevo significado, una nueva fuerza, una nueva vida que da vida en mí! Me has dado a Jesús, la Rosa de Gran Valor. Sus pétalos formados de tu propia sustancia y vida. ¡Sí, Madre, Sí!
Prometo amarlo con todo mi ser. Él es mi cielo en la tierra, mi fortaleza. Madre, sabes que soy débil, inconstante y desleal; pero sabes también cuánto te amo a ti y a Jesús. No tengo otro deseo sino consolar vuestros corazones, tan heridos por la frialdad y falta de amor para con Él, que es el Amor mismo. No te voy a abandonar en tu soledad, tus dolores y tu abandono.
¡Nosotras, las Madres de la Cruz, somos tus hijas que te acompañarán al pie de la Cruz hasta el final!; Nos postraremos cada día ante el altar y adoraremos la Sagrada Hostia, quitando así las espinas de Su Doloroso Corazón. ¡Sí, Madre! Me arrodillaré arrepentida; atrayendo a muchas almas adoradoras que reparen por los pecados del mundo; alcanzando así gracias por medio de la oración, la mortificación, y el amor, unidas siempre a ti en tus amargos dolores.
Si, Madre, vendré con el alma pura a beber de esa Fuente de Sangre que engendra vírgenes; porque mi cuerpo no es solo un templo, sino un cáliz destinado a contener el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo Divino. ¡Por eso seré pura, el reflejo de mi Madre Inmaculada!; Volaré con la fuerza de mi celo, a encender corazones con el ardor de la Caridad para extender la devoción al Espíritu Santo, principio y fin de toda perfección; quitaré las Espinas del Corazón adorable de Jesús, y, clavándolas en el mío, serviré de bálsamo a Sus heridas.
"¡Oh, Madre Santísima!, enjuga tus lágrimas pues te prometo lo que me pides. Pero alcánzame lo que te voy a pedir para que pueda darte gozo. Creo, pero fortalece mi fe; espero, pero asegura mi esperanza; amo, pero enardece mi caridad; me pesan mis pecados, pero alimenta mi arrepentimiento; quiero llorar tus dolores, pero haz que tengan eco en el corazón de tu hijo. Dirígeme, Madre; guíame, condúceme y protégeme.
Te ofrezco, en tu Soledad, mi inteligencia, para pensar en ti; mis palabras, para hablar de ti; mis obras y mis trabajos, para sufrirlos por ti.
Quiero lo que tú quieras, María, pero alumbra mi entendimiento, abrasa mi voluntad, purifica mi cuerpo y santifica mi pobre alma, para que no me envuelva la soberbia, ni me altere la adulación, ni me engañe el mundo, ni sea presa de Satanás.
Depura mi memoria, Virgen Santa, refrena mi lengua, recoge mi vista, corrige mis malas inclinaciones, cultiva mis virtudes; y, sobre todo, Madre mía, arroja en mi helado corazón una chispita del fuego de tu caridad, para que se derrita mi corazón de ternura por tus dolores. Amén.