Los miedos nos mantienen en cautiverio, nos paralizan, nos roban el gozo y nos impiden experimentar la libertad que nos ha sido dada como hijos de Dios. Si no conocemos nuestros miedos y los procesamos en Cristo, nos "asociamos con demonios” (1 Cor. 10, 20) y no en guerreros de Dios para estos tiempos decisivos.
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