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Foto del escritorDaniel Blanchette

Revelaciones Privadas

La función de las revelaciones privadas no es la de “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia.



El Papa Benedicto XVI, en su Exhortación Apostólica Verbum Domini, resume el criterio esencial necesario para discernir las revelaciones privadas:

 

El Sínodo ha recomendado “ayudar a los fieles a distinguir bien la Palabra de Dios de las revelaciones privadas”, cuya función “no es la de “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia” …Cuando nos aleja de Él, entonces no procede ciertamente del Espíritu Santo, que nos guía hacia el Evangelio y no hacia fuera. La revelación privada es una ayuda para esta fe, y se manifiesta como creíble precisamente cuando remite a la única revelación pública… Una revelación privada puede introducir nuevos acentos, dar lugar a nuevas formas de piedad o profundizar las antiguas. Puede tener un cierto carácter profético (cf. 1 Ts 5,19-21) y prestar una ayuda válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el presente; de ahí que no se pueda descartar. Es una ayuda que se ofrece pero que no es obligatorio usarla. En cualquier caso, ha de ser un alimento de la fe, esperanza y caridad, que son para todos la vía permanente de la salvación.[1]

 

Silencio: El abrazo de Amor entre un Alma y Dios es una obra guiada por el Espíritu Santo para llevarnos a una "comprensión cada vez más profunda" del Amor, del misterio de la Cruz y del sufrimiento. El Espíritu nos guía a través del recorrido por el silencio santo hasta lo más profundo de nuestro corazón para morir a nosotros mismos, vivir en Su santa Voluntad, hacernos uno con Jesús crucificado y entrar en el Corazón del Padre: un viaje interno al abrazo de la Santísima Trinidad.

 

El don notable que contienen las revelaciones privadas de este manual del silencio y del Camino Sencillo de Unión con Dios es que "nos ayudan a vivir más plenamente la revelación definitiva de Cristo" del misterio de la Cruz en este "período de la historia." San Juan Pablo II escribió en Evangelium Vitae sobre los conflictos que vivimos en estos tiempos. Dijo: , «estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la “cultura de la muerte” y la “cultura de la vida”».[2]  El Espíritu Santo, a través de Juan Pablo II, llamó a la Iglesia a volver a su centro, la Cruz. Él escribió lo siguiente: “esta oscuridad no eclipsa el resplandor de la Cruz; al contrario, resalta aún más nítida y luminosa y se manifiesta como centro, sentido y fin de toda la historia y de cada vida humana.”[3]

 

Jesús "alcanza en la Cruz las cumbres del amor... De este modo, Jesús proclama que la vida encuentra su centro, su sentido y su plenitud cuando se entrega".[4]   También nosotros estamos llamados por Dios a convertirnos en entrega total de nosotros mismos, de vuelta al Padre, por medio del Hijo, consumidos por el Espíritu Santo, en el claustro del Corazón de María.  Esta es la obra del Espíritu a través de este manual del silencio: llevarnos de nuevo al centro, la Cruz, guiándonos para hacernos uno con el Crucificado y transformarnos así en Amor.


[1] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Verbum Domini, (2010), 14.

[2] Evangelium Vitae, #28.

[3] Ibid., #50.

[4] Ibid., #51.



 

El Catecismo de la Iglesia Católica

 

A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas «privadas», algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de «mejorar» o «completar» la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia[1]..

 

El propósito del Camino Sencillo de Unión con Dios es precisamente este: ayudar a vivir más plenamente en nuestro tiempo la revelación que ya Cristo entregó a su Iglesia.

Dios continúa hablando a través de hombres y mujeres humildes para despertarnos al amor que Él nos reveló en la Cruz. La importancia de estos mensajes es mayor en tiempos como los nuestros cuando los que viven la fe sufren grandes pruebas.

San Pablo nos enseña a estar abiertos al Espíritu y, al mismo tiempo, a no dejarnos engañar: «No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas» (1 Ts 5, 19-22).


[1] Catecismo de la Iglesia Católica, N° 67.

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