Viviendo en la Trinidad en la tierra
Jesús: El Padre siempre es; Él es el Gran “Yo Soy”. Mi pequeña, Su grandeza y poder han sido mal entendidos y temidos por todas las generaciones, sin embargo, Él es amor puro. Él me engendra a Mí, Su Hijo, con toda ternura y deseo. Él me engendra de sí mismo. Por eso conocerme es conocer a mi Padre. De nuestra unión y comunión, el Espíritu Santo es concebido inmaculadamente. Piensa en el Padre como un océano viviente, y Él fluye hacia el Hijo, y esta corriente de poder es Amor puro que fluye en el Espíritu Santo, que fluye de regreso al Padre. Este intercambio de amor es tan poderoso, una Vida continua desde y hacia el Padre, que este triángulo de la Vida es Una Vida. Somos tres Personas distintas que compartimos la misma Vida. Por eso conocerme es conocer al Padre, porque somos Uno. Me hice carne, el Dios-Hombre, para que pudieras llegar a conocer y ver al Padre. Este llegar a conocer personalmente al Gran “Yo Soy” a través de Mí es el mayor regalo de la redención.
El Padre también deseaba que su humanidad llegara a conocer y ver a la tercera Persona de la Trinidad, y creó a la Madre de Dios desde su concepción llena de gracia. Ella está llena del Espíritu Santo, consumida totalmente por Él, de modo que es el Espíritu Santo que ves y conoces en María y a través de ella. Aunque ella es criatura y no divina, para los humanos ella es la imagen más perfecta del Espíritu Santo, que también revela a la humanidad la belleza y la bondad del Padre y del Hijo. Conocer y amar a María es conocer y amar al Espíritu Santo, lo cual es conocer y amar al Padre. María es el ser creado que es la puerta de entrada a Dios a través de Mí, su Hijo amado.
Pequeña Mía, estos misterios de la Santísima Trinidad solo pueden ser recibidos por las almas que, por humilde amor a Mí, siguen a Mi Madre hasta el pie de Mi Cruz para entrar en Mi Corazón crucificado. Nadie en la tierra puede recorrer el camino estrecho de Mi pasión sin la ayuda y la guía de Mi Madre, porque es el Espíritu Santo, como uno con ella, el camino de regreso al Padre a través del Hijo. Por tanto, el Misterio de la Cruz revela a la humanidad el Misterio de la Trinidad.
(Le pregunté a Jesús acerca de mí, porque no siento que esté viviendo la vida en la Trinidad).
Mi pequeña, debes tener cuidado porque estás confiando en los sentimientos humanos para determinar tu vida en la Trinidad. Yo, en la Cruz, me sentí abandonado por el Padre, pero sabía que no estaba abandonado. Tu nivel de unión con la Trinidad en la tierra está determinado por el abandono de tu voluntad a la Voluntad de Dios, no por sentimientos. Somos uno, Mi amada esposa, sin embargo, la mayor parte del tiempo, no te permito sentir mi presencia. Esto lo hago para perfeccionar el abandono de tu voluntad humana en la Mía. La paz perfecta en medio del sufrimiento es señal de que un alma que vive en la vida de la Trinidad a través de su unión con Mi sacrificio de amor por la gracia del Espíritu Santo.
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8/diciembre/21
Fiesta de la Inmaculada Concepción
Mensaje de la Inmaculada a A.C.
Habéis recibido el don de entrar en el misterio de lo que Dios ha hecho conmigo, una humilde esclava del Señor, para que cada uno de vosotros pueda recibir el don de un mayor conocimiento del deseo de Dios por todas sus criaturas desde el principio de los tiempos: consumación en la vida de la Santísima Trinidad para participar del éxtasis del Amor Divino.
"En todo lo que hace, Dios siempre desea hacer uso de sus instrumentos... Dios nos dio libre albedrío y desea que le sirvamos libremente como instrumentos, poniendo nuestra voluntad en armonía con la suya, tal como lo hizo Su santísima Madre cuando dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra.” (Inmaculada Concepción y el Espíritu Santo, p.48, cita de san Maximiliano Kolbe).
Una sierva abandona sus derechos a decidir por si misma y permite que la dirija una autoridad superior. Lo hace libremente. Su sumisión le entrega a la autoridad superior el derecho de controlar su actividad. (Inmaculada Concepción & El Espíritu Santo, p. 48)
Debido a que me habéis dado vuestros fiats para caminar conmigo el camino estrecho de la Cruz a vuestros corazones, para morir a vosotros mismos y resucitar por medio de Cristo crucificado, vuestros corazones están listos para recibir el don de mi Inmaculada Concepción.
Dios, en su inmensa bondad, os está preparando ahora para vivir consumidos en mi Inmaculado Corazón por el fuego del Espíritu Santo que es uno en Cristo crucificado en el abrazo del Padre, para conocer y gustar, en diferentes grados según cada alma, el éxtasis de Vida Divina vivida en la tierra.
Esta gracia ha de cultivarse por medio de la oración y el silencio continuos y ha de protegerse de la elección de caer en las tentaciones de Satanás. Por eso la oración continua y el silencio son fundamentales para vivir en el Reino de Dios en la tierra.
Esta gracia de conocer y vivir la vida de la Trinidad será la fuente de vuestra perseverancia durante la gran persecución que ha de venir
a mí me conmueve un versículo del Libro de la Sabiduría que fue leído pensando en la Navidad y dice: “Cuando la noche estaba en el silencio más profundo, ahí tu palabra bajó a la tierra”. En el momento de más silencio Dios se manifestó.
Con su silencio, José confirma lo que escribe san Agustín: «Cuando el Verbo de Dios crece, las palabras del hombre disminuyen».
«Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo ― comenta san Juan de la Cruz― y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma».
Qué bonito sería si cada uno de nosotros, siguiendo el ejemplo de san José, lograra recuperar esta dimensión contemplativa de la vida abierta de par en par precisamente por el silencio. Pero todos sabemos por experiencia que no es fácil: el silencio nos asusta un poco, porque nos pide entrar dentro de nosotros mismos y encontrar la parte más verdadera de nosotros. Y mucha gente tiene miedo del silencio, debe hablar, hablar, hablar o escuchar, radio, televisión…, pero el silencio no puede aceptarlo porque tiene miedo. El filósofo Pascal observaba que «toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse tranquilos en una habitación».
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de san José a cultivar espacios de silencio, en los que pueda emerger otra Palabra, es decir, Jesús, la Palabra: la del Espíritu Santo que habita en nosotros y que lleva a Jesús.