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La Eucaristía, La Cruz y COVID–19
Abajo: audio, video y texto
La pandemia es una oportunidad para ser purificados y crecer en santidad, pero solo si la vivimos siendo UNO con Jesús en la Cruz y la Eucaristía.
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La Eucaristía, La Cruz y COVID–19
P. Jordi Rivero | 19 de agosto del 2021 Video 🎥
Se esperaba que el Mesías liberara a la humanidad de las dos cosas más temidas: el sufrimiento y la muerte. En cambio, Jesús eligió sufrir y morir en la Cruz. ¿Por qué?
Que es la cruz
La cruz es un instrumento romano utilizado para dominar por el miedo. Detrás de esta táctica está Satanás que siempre la usa para infundir miedo a responder a la voz de Dios.
Satanás también se acercó a Jesús con la Cruz para evitar que haga la voluntad del Padre. Pero Jesús venció al miedo con amor al Padre y a nosotros. Él hizo la voluntad de su Padre y abrazó el sufrimiento. Su acto de amor derrotó a Satanás. Así la cruz se convirtió en signo de Su victoria y una revelación de la naturaleza de la batalla que nosotros también debemos librar. Solo podemos hacerlo si somos UNO con Él en su amor.
Jesús fue muy claro: “Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.” (Mt 16, 24). Los cristianos, como Jesús, buscamos sanar y aliviar el sufrimiento. Pero, como Jesús, abrazamos el sufrimiento que encontramos en el camino de la obediencia a Dios. Es decir, nos comprometemos a amar y no arredramos por miedo al sufrimiento. El amor de Jesús actuando en nosotros echa fuera el miedo al sufrimiento y a la muerte. El amor no elimina el miedo, sino que lo conquista y no permite que nos gobierne.
Abrazar la cruz es la prueba decisiva del discipulado
El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. (1 Corintios 1:18).
El COVID-19 es una cruz
El COVID ha matado a muchas personas y ha causado un sufrimiento incalculable. Ha traído división y ruina, aún en el seno de familias, cuando los miembros faltan al amor contra aquellos que toman una postura diferente sobre como enfrentarlo.
¿Cómo sabemos vivir la cruz del COVID-19?
Sabemos como actuar atendiendo en oración a Jesús. Él pidió a sus discípulos en Getsemaní que lo acompañaran. Es el camino ineludible.
Nuestro Getsemaní es donde acompañamos a Jesús: La Santa Misa y Su presencia Eucarística. Esta es nuestra prioridad. Jesús sabía que Satanás vendría por nosotros y, como remedio, quiso quedarse presente en la Eucaristía, para que pudiéramos permanecer firmes en el amor y conquistar la Cruz siendo UNO con Él. Él nos guía, quita nuestros miedos y nos da valor, no importa qué mal enfrentemos, qué cruz debemos abrazar.
Sin la Eucaristía nuestra alma languidece, al igual que nuestro cuerpo sin alimentos. La Iglesia nos enseña que la Eucaristía es “fuente y cumbre de la vida cristiana”, por tanto, la Eucaristía es esencial para profundizar en la oración y escuchar al Espíritu y comprender a que nos enfrentamos.
Así nos enseñó San Juan Pablo II:
A través de la oración, especialmente a Jesús en la Comunión, comprenderás tantas cosas sobre el mundo y su relación con él, y estarás en condiciones de leer con precisión lo que se conoce como los “signos de los tiempos".
Lo primero que Satanás quiere es negarnos es la Eucaristía
Los discípulos se durmieron. Entonces, abrumados por el miedo, abandonaron a Jesús. El miedo que no es vencido nos domina, debilita y confunde a nuestro proceso cognitivo, y oscurece a nuestro espíritu, obstruyendo la capacidad de discernir. Como resultado, solo queremos evitar la cruz a cualquier costo. Nos dejamos llevar por las ofertas de soluciones fáciles.
La crisis de COVID ha revelado la facilidad con que nosotros caemos en el miedo y lo abandonamos. Las iglesias permanecieron cerradas durante meses. Esta es una gran tragedia que nos ha debilitado en el momento más crítico de la batalla.
El ejemplo de los santos
El argumento para cerrar las Iglesias ha sido proteger del contagio. Es comprensible desde el punto de vista humano. Se nos dice que las decisiones se toman “con abundancia prudencia”. Pero esta prudencia no es virtud, es la lógica del mundo, muestra el éxito de las amenazas del gobierno y del pánico que infunden los medios de comunicación que no dan las alternativas que existen sino aquello que nos lleva a lo que ellos quieren.
Prestemos atención a la sabiduría de Dios que nos enseñan los santos. En todos los siglos y regiones del mundo, desde las catacumbas, los santos arriesgaron sus vidas por la Eucaristía. Muchos fueron martirizados. Son demasiado numerosos para contarlos.
Algunos eran adolescentes, como el Beato Joan Roig de Barcelona. En 1936 los comunistas habían cerrado las iglesias, por lo que Joan Roig iba a las casas a escondidas para repartir la Sagrada Comunión. Sabía muy bien el peligro. A una familia que visitaba le dijo que sabía que los milicianos rojos estaban tratando de matarlo. Añadió: “No le temo a nada pues llevo al Maestro conmigo”. El día que los milicianos llamaron a su puerta, Joan consumió las hostias que tenía para protegerlas de ser profanadas. Lo llevaron al cementerio y lo fusilaron.
Otros mártires de la Eucaristía eran hombres casados, como el Beato Pedro to Rot. Cuando los japoneses invadieron su país, Papúa Nueva Guinea, destruyeron la iglesia y arrestaron a los sacerdotes y religiosas. Pedro salvó el copón lleno de hostias para clandestinamente llevar la Eucaristía a las casas. Sabía muy bien el peligro. Fue arrestado y martirizado en 1945.
Hay quienes pensarán que los mártires fueron imprudentes, pero ellos comprendieron lo que Jesús les pedía y que la fuerza oculta, el resto fiel unido a la Eucaristía tiene el poder de vencer a Satanás en la Cruz.
Las mujeres con frecuencia nos dan ejemplo de amor y fidelidad a Cristo Eucaristía. El arzobispo Fulton Sheen contó la historia de la mártir que inspiró su devoción eucarística y cambió su vida: Durante el levantamiento de los boxers en China, a principios del siglo XX, los soldados irrumpieron en una iglesia católica, arrestaron al sacerdote y destruyeron el tabernáculo, esparciendo en el piso las 32 hostias que contenía. Esa noche, uno de los feligreses, una joven china, se coló en la iglesia y pasó una hora en Adoración ante las hostias, y luego consumió una de ellas. Hizo lo mismo todas las noches durante 32 noches, y fue en la última noche, después de haber consumido todas las hostias, que fue capturada y asesinada por uno de los guardias. El sacerdote, que los guardias tenían encerrado, pudo verla por la ventana y relatar el hecho.
Estos testimonios muestran el cristianismo normal, el amor de los santos por la Eucaristía. Todos estamos llamados a ser santos. El Señor nos ha llamado en Amor Crucificado para ser sus víctimas de amor. Es lo que nos dice San Pablo:
Hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Jesús, con la cruz llamada COVID-19, nos está dando la oportunidad de vivirlo. ¿Cómo hemos respondido hasta ahora?
“¡Cuídense!”
Durante la crisis del COVID-19 se escucha con frecuencia decir “Cuídese”, pero no parece que se refieran a la primera preocupación de los cristianos, que debe ser cuidar nuestra alma. El padre Henry Timothy Vakoc murió a causa de heridas sufridas en Afganistán cuando regresaba de celebrar la Santa Misa para los soldados en el frente. Él no tenía que estar en Afganistán y, estando allí, podía quedarse más seguro en la base militar. Le advertían del peligro, pero él decía:
El lugar más seguro donde estar es en el centro de la voluntad de Dios,
pase lo que pase
Pido al Señor nunca olvidar sus palabras. Los mártires saben “cuidarse” pues tienen sus ojos en el amor de Dios y en su voluntad. Están verdaderamente a salvo en la voluntad de Dios.
Como católicos, intentamos cuidar del peligro del virus a todos y a nosotros mismos. Pero hay riesgos que debemos estar dispuestos a asumir.
También hay muchos santos que vivieron durante plagas mucho peores que el COVID-19.
¿Cómo respondieron?
Entre ellos, San Rocco, San Bernardino de Siena, que a los 17 años se hizo cargo del hospital de su ciudad durante una plaga tan mortal que muchos pensaban que era el fin del mundo.
San Carlos Borromeo
Obispo de Milán. La plaga de la década de 1570 mató al 30 % de la población del norte de Italia (COVID-19 tiene una tasa de supervivencia de 99,74 % entre los contagiados).
Mientras las autoridades civiles huían de la ciudad, San Carlos, regresando de un funeral, entraba en ella. No descuidó el uso de los remedios disponibles, pero dijo que la única cura era rezar y hacer penitencia con más piedad que antes. En vez de cancelar las misas, añadió más y las trasladó al aire libre.
San Carlos organizó procesiones eucarísticas. Las procesiones en tiempo de epidemia son una antigua tradición. Por ejemplo, en el año 590 A.D., Roma sufrió una terrible plaga y el papa San Gregorio imploró el auxilio de los ángeles. Él era consciente del peligro, ya que su predecesor había muerto la misma epidemia, pero seguía celebrando misas y haciendo procesiones por las calles. Durante una de ellas, se aparecieron ángeles cantando el “Regina Cœli” a la Virgen que estaba en su trono sobre ellos. San Miguel arcángel, que estaba sobre lo que hoy se llama Castel Sant’Angelo, desenvainó su espada y la plaga cesó. Era el 25 de abril y desde aquel día se celebra cada año la procesión.
San Carlos Borromeo dio este consejo al clero:
Tomen en consideración la plaga del alma más que el contagio del cuerpo que, por muchas razones, es menos pernicioso”. San Carlos se ofreció como víctima expiatoria por los pecados de su pueblo. Salía todos los días a visitar a los enfermos y moribundos. Dijo a la gente: “Saldré entre ustedes todos los días, por los enfermos.
A los sacerdotes que tenían miedo de ministrar les dijo:
Tenemos una sola vida y debemos gastarla por Jesucristo y las almas, no como queramos".
En Milán las muertes por la plaga fueron menores que en otras ciudades. San Carlos comentó: “No por nuestra prudencia, que se quedó dormida. No por la ciencia de los médicos que no pudieron descubrir las fuentes del contagio y mucho menos una cura. No por el cuidado de las autoridades que abandonaron la ciudad. No, mis queridos hijos, sino solo por la misericordia de Dios”.
Hermanos, solo tenemos una vida que vivir. No nos dejemos paralizar por el miedo. Escuchemos la guía del Señor. Si esta meditación ha movido tu corazón, mira a Jesús crucificado y no lo abandones en la Eucaristía.
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